Tenemos que hablar del Partido Colorado. Elecciones y hegemonía política en Paraguay.
Por: Andrew Nickson
La nueva victoria del oficialismo en Paraguay obliga a poner el foco en el partido que gobierna, con un escaso intervalo, desde 1947 y es capaz de controlar el Estado y movilizarlo en su favor. Santiago Peña, apadrinado por Horacio Cartes, el ex-presidente sancionado por Estados Unidos, es la nueva cara de este largo predominio político.
El resultado de la elección presidencial en Paraguay el 30 de abril de 2023 fue una gran sorpresa para mucha gente, tanto dentro como fuera del país. La única encuesta independiente había pronosticado un resultado muy ajustado entre Santiago Peña, candidato del Partido Colorado, y Efraín Alegre, de la alianza opositora Concentración para un Nuevo Paraguay, liderada por el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Sin embargo, el Partido Colorado ganó otra vez la presidencia confirmando su control del sistema político en forma casi ininterrumpida desde 1947, un total de 71 de los últimos 76 años, en un caso insólito en América Latina tras la caída de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano en 2000.
Esta vez Peña ganó contra Alegre por 43% a 27,5%, el margen más grande en todo la época democrática luego de la caída de la larga dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989). El Partido Colorado ganó una mayoría en ambas Cámaras del Congreso (23 sobre 45 escaños en el Senado y 48 sobre 80 en Diputados), además de 15 de las 17 cargos gobernaciones departamentales y 62% de las 257 bancas en las juntas departamentales. Dos aspectos del resultado dominaron los reportes internacional: por un lado, la denuncia de fraude electoral por parte de Paraguayo «Payo» Cubas, polémico ex-senador y candidato populista de extrema derecha quien obtuvo el 23% de los votos y fue arrestado en medios de las protestas poselectorales. Por el otro, la debacle de la izquierda agrupada en torno del Frente Guasú, que perdió cinco de sus seis escaños en el Senado, incluido el del ex-presidente Fernando Lugo (2008-2012).
Para muchos, el resultado fue una sorpresa debido a que el presidente colorado saliente, Mario Abdo Benítez (2018-2023), tiene un bajísimo nivel de aceptación, consecuencia de su pobre respuesta a la pandemia de covid-19 y el auge de la violencia vinculada al narcotráfico. El crecimiento negativo del PBI de -0,3% llevó a un alza en la tasa de pobreza extrema como en el empleo informal, tradicional en el país, con tan solo 20% de la fuerza laboral inscrita en el rudimentario sistema de seguro social. También se destapó una serie de escándalos que demostraron la corrupción endémica en el sector público y en las más altas esferas del sistema judicial.
En este marco, en julio de 2022, el ex-presidente Horacio Cartes (2013-2018) -actual presidente del Partido Colorado, mentor de Santiago Peña y hombre más rico del país- fue declarado «significantemente corrupto» por el gobierno de Estados Unidos. El 26 de enero, el Tesoro estadounidense impuso sanciones contra cuatro de sus empresas que tenían vínculos financieros con Estados Unidos, lo cual le obligó a despojarse de parte de su gran imperio económico, el Grupo Cartes, en favor de sus hijos y otros testaferros. Washington lo acusó de participación en actividades ilícitas que socavaban las instituciones democráticas de Paraguay y de sobornar a congresistas con pagos mensuales de hasta 50.000 dólares a cambio de su lealtad personal. También lo acusó de lavado de dinero y de terrorismo internacional por sus vínculos con miembros de Hezbolá.
Para entender el éxito del Partido Colorado a pesar de estos factores coyunturales negativos es necesario hacer hincapié en dos importantes factores de largo plazo: su «captura» de la identidad nacional y su control de la administración pública. Esos explican en gran medida su extraordinaria longevidad y su vigencia actual en el sistema político paraguayo, factores que le diferencia de cualquier otro partido gobernante de América Latina.
El Partido Colorado fue fundado en 1887, pocos años después de la horrenda Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), cuando Paraguay fue derrotado por las fuerzas combinadas de Argentina, Brasil y Uruguay y provocó una debacle demográfica, sobre todo entre la población masculina. Durante un largo periodo posterior de gobiernos liberales (1904-1939), el Partido Colorado logró reivindicar tanto la memoria del líder de la resistencia paraguaya a las fuerzas aliadas, el presidente Francisco Solano López, así como Bernardino Caballero, uno de sus generales más renombrados y posteriormente fundador del partido. Con el transcurso del tiempo, varios de sus ideólogos lograron capturar y partidarizar el profundo sentido nacionalista que empezó a caracterizar a la cultura paraguaya, a la vez que tildaban a los miembros del opositor Partido Liberal (hoy en día, PLRA) de ser «legionarios», o sea, descendientes de los numerosos paraguayos que pelearon con las fuerzas enemigas. Este mensaje simplista resultó ser muy eficaz durante la guerra civil de 1947, cuando milicias armadas del Partido Colorado, compuestas mayormente por campesinos pobres -llamados py-nandí (descalzos)-, lograron vencer a una alianza de liberales, febreristas y comunistas apoyada por el grueso de la oficialidad del ejército que había derrotado a Bolivia en la Guerra del Chaco (1932-1935).
Es a partir de su victoria en la guerra civil que el Partido Colorado empieza su control de la administración pública, llenando primero el vacío en las fuerzas armadas como consecuencia del exilio de gran parte de sus oficiales y posteriormente en todos los rangos de los ministerios y empresas estatales. Durante la larga dictadura de Alfredo Stroessner, la afiliación al Partido Colorado fue obligatoria para oficiales de las fuerzas armadas. En cada rincón del país, seccionales y subseccionales del partido se estructuraron como una estructura paralela de administración pública y espionaje contra disidentes en un fuerte nexo con las autoridades municipales y departamentales, también copadas enteramente por el partido. Como consecuencia, el grueso de los profesionales (médicos, enfermeros, docentes, ingenieros, arquitectos, etc.) empleados por el Estado eran colorados, además de la casi totalidad de los funcionarios administrativos de los ministerios y empresas estatales.
Después de la caída de la dictadura en 1989, mucha gente subestimó el nivel de «agencia» del Partido Colorado durante la dictadura y pronosticaron erróneamente su pronta implosión. Pero, por el contrario, las décadas siguientes mostraron el aumento de su presencia nacional, llegando a 387 seccionales en 2019, y su gran capacidad de «máquina electoral» se ha mostrado muy aceitada. El partido puede ofrecer becas de estudio u organizar «ferias de empleo» en conjunto con el sector privado, al tiempo que sigue manteniendo un férreo control de la administración pública, factor que ha debilitado la democratización en Paraguay por la falta de alternancia. Gracias a la promulgación de varias leyes de transparencia, se calcula que 85% de los 406.000 funcionarios públicos del país está afiliado al Partido Colorado, lo que se ubica en 70% en el caso de los funcionarios judiciales. Esto constituye un nivel de concentración partidaria en el sector público muy excepcional en el resto de América Latina con la excepción de Cuba.
En los últimos años, una nueva variante de su retórica nacionalista ha fortalecido aún más su atractivo político, sobre todo entre jóvenes de origen rural: el argumento de que antes de la Guerra de la Triple Alianza -es decir, a mediados del siglo XIX- Paraguay figuraba entre los países más desarrollados del mundo. Los orígenes de este argumento alentador –que carece, sin embargo, de validez histórica– se remontan a los escritos del intelectual colorado Manuel Domínguez a principios del siglo XX y ha sido muy difundido en las redes sociales de la actualidad, entre otros por Fernando Griffith, ministro de Cultura (2013-2018) y Vice-ministro de Educación (2018-2022).
Dos elecciones previas al 30 de abril ya indicaban la persistente fuerza del Partido Colorado. En las elecciones municipales de octubre de 2021 el partido ganó el control en 163 de los 261 gobiernos locales y 70% de todos los concejales del país. En las elecciones internas partidarias en diciembre pasado, cuando Peña ganó la candidatura presidencial y Cartes fue elegido presidente del partido, unos 2.600.000 miembros fueron inscritos en el padrón partidario, de los cuales votaron alrededor de 1.200.000. El mismo día, la Concertación introdujo la novedad de permitir votar en su interna a cualquier persona inscrita en el padrón electoral nacional, pero tan solo 600.000 ciudadanos lo hicieron, la mitad del caudal colorado en el mismo día.
En fin, la capacidad del Partido Colorado de capturar el sentimiento nacionalista sigue siendo tan vigente como hace décadas. Cuando el gobierno de Joe Biden sancionó a Cartes, Peña y los líderes partidarios declararon que esto constituyó un ataque a su glorioso partido y otro ejemplo histórico de intromisión extranjera en contra a la soberanía nacional paraguaya. Igualmente, su férreo control del sobredimensionado aparato administrativo del Estado, repleto de planilleros, funcionarios públicos que ocupan cargos sin trabajar demasiado pero cruciales para «sacar el voto» en las elecciones, sigue siendo un factor clave para entender su longevidad. Antes y después de ganar la elección presidencial, Peña insistió en que la selección de funcionarios públicos seguiría dependiendo en gran medida del nivel de compromiso partidario y que no alcanza con la idoneidad.
Sería erróneo sacar la conclusión que la perdurabilidad del Partido Colorado es solo producto de una cultura política «tradicional» en la que priman factores de índole «afectivo». Esto es, sin duda, solamente una parte de la ecuación. En el periodo «democrático», desde 1989 en adelante, Paraguay ha experimentado enormes cambios económicos como consecuencia de la inmigración descontrolada de unos 300.000 brasileños, mayormente granjeros y hoy en día denominados brasiguayos. Estos mal llamados «colonos» han transformado la economía rural, catapultando a Paraguay al puesto de tercer exportador mundial de soja y ubicándolo entre los diez mayores exportadores de carne, además de crecientes volúmenes de arroz, maíz y azúcar orgánica.
Pero este auge del agronegocio no ha sido acompañado por cambios sociales significativos debido al bajísimo nivel de «engranaje» con los demás sectores económicos. En esta economía dual, el Estado sobredimensionado cumple un importante papel de amortiguador político. A cambio de preservar la enorme desigualdad de ingreso, riqueza y tierra que caracteriza la actualidad paraguaya, la elite económica y su socio menor, el Partido Colorado, en la esfera política siguen tolerando la gran corrupción e ineficiencia del sector público –un especie de «precio de la paz» como lo llamaba Stroessner. Por eso, es cuestionable caracterizar el actual modelo desarrollo paraguayo con la etiqueta de «neoliberalismo». Es de notar que, a pesar de un sinnúmero de estudios realizados por el Banco Mundial, el Bando Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), ninguna de los sucesivos gobiernos colorados que dirigieron el país desde 1989 ha intentado ni una reforma tibia de la administración pública. Esto sigue siendo un tabú y es de notar la anuencia de los voceros del agronegocio frente a esta realidad política.
Este acuerdo tácito entre una elite económica, muy bien estructurada en la Unión de Gremios de la Producción, que congrega 15 gremios del sector agropecuario, y el liderazgo político del Partido Colorado, representado por los 90 miembros de su Junta de Gobierno, asegura tanto la vigencia de una sociedad tremendamente desigual y la predominancia política de un partido alejado de cualquier programa. Se mantienen relaciones cordiales entre ellos pero no se inmiscuyen en las actividades del otro.
Este fuerte nexo en la economía política del país es crucial para explicar el extraordinario y aparentemente contradictorio hecho de que el Partido Colorado se jacta de tener el nivel de afiliación partidaria más alto de América Latina (2,6 millones sobre una población de 7,5 millones) aun cuando la imagen del Estado paraguayo entre la población es tan mala. Según el Informe 2021 de Latinobarómetro, los paraguayos expresaron el nivel más bajo de confianza en el gobierno y en la institución electoral del país de toda América Latina y el segundo nivel más bajo de confianza hacia los partidos políticos y el Congreso. Es el país donde la percepción de que se gobierna para la mayoría fue más baja (tan solo 5%) y la abrumadora mayoría (93%) declaró que en su país «se gobierna para grupos poderosos en su propio beneficio».
Hasta ahora son muy contados los miembros de la elite económica que se han convertido en líderes del partido; el ex-presidente Cartes la gran excepción. Al igual de lo que pasó luego de la caída de Alfredo Stroessner en 1989, si Horacio Cartes saliera de la escena política –sea por una extradición a Estados Unidos, lo que con su protegido en el poder resulta cada más improbable, o por su incapacidad de seguir financiando la facción Honor Colorado que lleva sus iniciales– es muy probable que el Partido Colorado se mantenga como un baluarte del conservadurismo por mucho tiempo en América Latina.
Extraído de: nuso.org